Hoy, 22 de mayo de 2018, cumple 94 años
una leyenda viva (¡y plenamente lúcido y en activo! derrochando energías en todas sus
actuaciones salvo por unas indisposiciones declaradas recientemente
durante su estancia en Barcelona y en Sant Petersburgo que le han
obligado a posponer -no cancelar!!- los conciertos programados en esta
última ciudad), no ya de la chanson française sino de la
canción romántica en todo el mundo como es Charles Aznavour.
Hemos de decir que la mención del
evento en estas líneas no obedece sólo (que también) a un homenaje
a su calidad y longevidad profesional, sino, sobre todo, a la sensibilidad con que
trata en sus canciones muchos de los temas que aborda con ellas y
que, humildemente, tienen clara conexión en su forma y fondo con
diferentes entradas de este blog en las que nos hemos permitido
reflexionar sobre diferentes aspectos de todo lo que archivamos en
nuestra memoria, la última el pasado 28 de abril.
Para quien no lo recuerde, Charles
Aznavour, cuyo nombre real es Shahnourh Varinag Aznavourián
Baghdassarian, es un reputado cantante, compositor y actor de cine
francés de origen armenio (para la pequeña - o gran - historia queda el papel que ha tenido y tiene eso que hoy se llama "refugiados" en la evolución, también de la cultura, del territorio de acogida, como en el caso que nos ocupa, que sus padres, que se habían casado en Turquía, recalaron en París al fallarles la visa para poder ir a Estados Unidos, como querían, huyendo de las consecuencias del genocidio armenio) del que cabe destacar que la primera de
sus múltiples facetas en la que halló reconocimiento fue la de la
composición, cuando Edith Piaf solicitó sus servicios como tal compositor.
Posteriormente logró trabajar en los teatros musicales de París, ya
cantando él sus propias composiciones, y su fama fue creciendo hasta
llegar al cine, revelándose como un actor de talento y participó
en memorables filmes como Tirez sur le pianiste de François
Truffaut, Un taxi pour Tobrouk , de Denys de La Patellière,
La prueba de valor, de Michael Winner, Diez negritos,
de Peter Collinson, El tambor de hojalata, de Volker
Schlöndorff o Edith y Marcel, de Claude Lelouch. También ha
trabajado en televisión, y en 1992 protagonizó la serie El
chino; cinco años después fue galardonado por la Academia de
cine francesa con un César de honor por el conjunto de su carrera.
Aznavour en Tirez sur le pianiste, de Trffaut. |
Pero, sin duda, por lo que es más
conocido Aznavour es por su faceta de cantante-compositor, en la que
acredita cifras mareantes: siendo el artista "del Siglo"
según la CNN, tiene una carrera de más de 70 años. Más de 100
millones de ventas de sus grabaciones, 1,200 canciones, 80 películas,
294 álbumes, cientos de discos de oro, platino, de diamante, miles
de conciertos en 94 países. Ha actuado y grabado en siete lenguas y
sus canciones han sido versionadas por numerosos artistas de primera
fila como Elton John, Bob Dylan, Placido Domingo, Céline Dion, Julio
Iglesias, Edith Piaf, Liza Minnelli, Sammy Davis Jr., Ray Charles,
Elvis Costello y muchos más. Pero, al contrario de esos edulcorados
concursos-incubadora tan en boga hoy día en un mercado musical
de quita y pon, la época de Aznavour (y otros) no fue fácil ni siquiera para
un verdadero talento como él: estudió declamación y canto y muy joven aún,
realizó una gira por Francia con una compañía de teatro; a su
regreso a París actúo en el Odeón y en el Madeleine, y encontró
su oportunidad en la Compañía Pierre Fresnay, con un papel en la
comedia Margot. Ingresó luego en la escuela para artistas de
music-hall y en 1942 empezó a ser conocida su labor como compositor:
trabajó con artistas como Pierre Roche, Mistinguette, Maurice
Chevalier, Breton y Edith Piaf, que lanzaron sus primeras canciones a
la popularidad. Con la Piaf permaneció casi nueve años como "chico
para todo" (chófer, mozo de comedor y secretario). Marchó de
Francia y empezó a cosechar éxitos, especialmente en Canadá y en
Estados Unidos de América entre 1946 y 1948 (consiguió un gran
éxito importante en prácticamente todo el mundo con su canción She, que fue número 1 del ranking en muchos países, y
seguramente hoy nos suena más por haber sido banda sonora de la
película "Notting Hill"), pero, siguiendo el consejo de
Edith Piaf. regresó a París y en 1956 triunfó clamorosamente en un
recital en la sala Olympia de la capital francesa. Desde entonces, y
marcando un estilo propio, canciones como Viens pleurer au creux
de mon épaule, Tu t'laisses aller, La mamma, Comme
ils disent, son cada una de ellas un pequeño bosquejo de la vida
cotidiana, un fragmento de vida. Aznavour posee una capacidad
especial para resumir en pocas frases una situación en la que se
encuentran muchas personas. También ha sabido explotar muy bien su
persona, su talla, su voz: sus defectos se han convertido en
cualidades pese a que él mismo sostiene que la belleza de su música
no estaba tanto en la voz como en la propia canción.
... y, pese a todo, hay nostalgia. |
Si hay un denominador común a muchas
de las composiciones de Aznavour es la nostalgia, uno de sus
materiales predilectos y al que, curiosamente, ya acudía para sus
composiciones cuando apenas tenía edad para sentirla, y ahí están,
para corroborarlo, piezas musicales que ya son un estándar clásico
como Mourir d’aimer, Désormais, aquel desgarrador monumento
de la lamentación por lo mal que se hizo en un tiempo pasado que es Hier encore (de la que se dice que la mejor
interpretación -superior, a decir de algunos, a la del propio
Aznavour- es la que hizo el cantante estadounidense de country Roy
Clark de la versión en inglés Yesterday, when I was young) o
una Que c’est triste Venise cargada de desolación.
Nos referiremos, sin embargo, en esta
ocasión, a la canción que, prácticamente, nunca falla en sus
actuaciones (jugando, casi siempre en su interpretación, con un
pañuelo blanco, que agita como envolviendo al auditorio en
melancolía), la canción que viene a ser la firma del artista , así
como una de las baladas más populares de la chanson française,
tomada por su texto, además, como básica en el conocimiento de la
lengua francesa, con versiones en italiano, español, inglés,
alemán, portugués, etc. Lo habéis adivinado: se trata de La
Bohème, escrita con la colaboración de Jacques Plante, letrista
que durante los años sesenta del pasado siglo también participó
con Aznavour en Les Comédiens, For me formidable y otras, y
grabada por primera vez en 1966. Situada en un evocado Montmartre, barrio parisino "de los artistas" y símbolo de una forma de vida conocida como "bohemia", es un canto lleno de melancolía y
nostalgia por el pasado, por un tiempo duro para los artistas pero no
por ello menos feliz. Se cuenta en ella que los apuros económicos se
solventaban con ingenio y mucha ilusión, y las ganas de vivir, de
aprender, de experimentar, ayudaban a soportar mejor el hambre.
Algunos pasajes, no obstante, de la letra vienen a confirmar una de
las ideas defendidas en este blog, la de que alimentar per se
la nostalgia de un tiempo, unas personas, unos hechos, que forman
parte de un pasado que es imposible que vuelva, es un error; fijémonos para ello en que la canción se inicia con la
declaración de que se habla de un tiempo que ya no genera recuerdos
compartidos, es decir, que se aboca a la desaparición total –
aspecto este, el del cambio generacional en los recuerdos vívidos, que es incluso aplicable a
la misma figura de Aznavour, seguramente desconocido para muchos
jóvenes de hoy - (Je vous parle d’un temps que les moins
de vingt ans ne peuvent pas connaître...) para acabar
confesando que el recuerdo es eso, recuerdo de algo que ahora ya no
existe (Quand au hasard des jours je m’en vais faire un
tour a mon ancienne adresse, je ne
reconnais plus ni les murs, ni les rues qui
ont vu ma jeunesse... La bohème, la bohème ca ne veut
plus rien dire du tout.) Guardemos la melancolía y la nostalgia
basada en los buenos recuerdos en el honroso lugar que les corresponde de nuestra memoria pero no
dejemos que interfieran en nuestra clara mirada hacia adelante, y,
sobre todo, no admitamos que nos "vendan" como nostalgia lo
que no es. Lo que resulta penoso es constatar que la instrumentación emocional e interesada
del sentimiento de nostalgia se constituye en una poderosa e insana
herramienta de los malos políticos, que disfrazan su incapacidad de
mirar y trabajar hacia el futuro en alentar una aparente nostalgia del pasado que
no es sino disconformidad con el presente (posiblemente debida a
ellos precisamente); basta recordar que en nuestro escenario político
cotidiano se conoce con el nombre de "nostálgicos" a los
que desean que vuelva (o que no acabe de marchar) un sistema político de
ingrato recuerdo para muchos, pero que les beneficiaba a ellos. De aquí a la irresponsable estrategia de soliviantar y azuzar a las masas (en términos orteguianos) a favor o en contra de algo o alguien sin justificar la razones (si las hay), un paso. Y hay quien lo propugna. Se ha
de ser fuerte psíquicamente para conseguir poner en valor que ese
futuro cuya construcción debe ser hoy el objetivo de todos, por
encima de sentimientos personales hacia el pasado, constituirá, en
una suerte de correa sin fin, el recuerdo con nostalgia de las
generaciones venideras y que, mirándolo bien, es (debe ser) ajeno al pasado.
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